jueves, 3 de marzo de 2011

"LA LETRA CON SANGRE ENTRA"


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             Siempre se ha dicho que el hombre es el único ser que mata por placer…y parece que el placer de la lectura nunca se mantuvo ajeno a esta máxima.
No deja de resultarme paradójico el hecho de que, incluso la difusión universal de la cultura y el arte (cualidad que se supone nos distingue de las bestias) tampoco esté exenta de barbarie.

La contemporánea tala indiscriminada de árboles, con la que tanto ha contribuido durante siglos la industria papelera para resquebrajar los pulmones del planeta, se antoja un juego de niños al confrontarla con las prácticas que antaño se perpetraban para elaborar textos.

Ya desde los albores del libro, se estilaban mañas de lo más salvaje para conformar los soportes que exhibirían el “virtuosismo humano”.
Los primeros códices (siglo III a.C.) tenían como sustento al papiro (material obtenido mediante un complejo proceso de fabricación, procedente de los juncos afincados a orillas del Nilo) pero resultaba muy caro y frágil, por ello, con el comienzo de nuestra era fue sustituido por el pergamino (soporte obtenido a partir de pieles de animales como la ternera, el cordero, la cabra, el carnero, el cerdo...y otros tantos especímenes de la fauna vernácula –en muchas ocasiones no natos-) ya que dicho soporte podía encuadernarse, y así ser transportado y almacenarse con mayor facilidad. 
¿Para qué matar plantas pudiendo destripar animales, si además es más barato?
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Por supuesto, se les despellejaba vivos para facilitar que la piel se desprendiera más dócilmente (ya que, al morir, la dermis puede pegarse al cuerpo) Para evitar que la fina piel quedase adherida al hueso y al músculo se les introducía una cánula o caña por la que soplaban (“técnica” de despellejamiento, por cierto, aún en vigor entre los "delicados" peleteros modernos)

Una vez acometidos semejantes menesteres, se iniciaba el proceso de fabricación del pergamino propiamente dicho:
Primeramente, se mojaba la piel en cal para que ésta absorbiese los restos de grasa, la lavaban con agua muy caliente y la ponían a secar, bien tirante para evitar arrugas, en bastidores de madera. Se rapaba cuidadosamente para eliminar la carne, el pelo y la grasa no diluida. Una vez descarnada y afeitada a cuchilla, se tensaba nuevamente en un bastidor y se volvía a raer hasta dejar una lámina blanca y fina. Esta lámina obtenida se pulía y alisaba con cuidado para hacerla apta para la escritura.
La zona donde se escribía el documento era la parte interna de la piel del animal, franja que, al encontrase en contacto con la carne, está más "suavecita".
www.ayuntamiento.elburgo-burgelu.com/documentos/19-09-08_Anexo%207%20-%20Para%20saber%20mas%20sobre%20EL%20PERGAMINO

Según el autor latino Plinio, el uso del pergamino se lo debemos Emensis II, rey de Pérgamo, ciudad de Asia Menor fundada por Filetero (nombre acertado donde los haya) 
En el año 238 a.C., Emensis II (197-158 a.C.) poseía una gran biblioteca heredada del rey Atalo, que alcanzó la nada despreciable cifra de 200.000 volúmenes. Esta biblioteca competía con la de Alejandría, por lo que el rey egipcio Ptolomeo Filadelfo dejó de suministrar papiro a la ciudad de Pérgamo para evitar, entre otras cosas, que pudieran llegar a conseguir tener una biblioteca mayor a la de Alejandría. Ante semejante tesitura, se desarrolló y perfeccionó en Pérgamo la fabricación de este soporte de escritura. Por tanto, fue la gran Biblioteca de Alejandría (recientemente en el candelero gracias a Amenábar y la bella Rachel Weisz) la que despertó la ambición de los gobernantes de Pérgamo, aportando así su involuntaria contribución a la definitiva sustitución del papiro por el pergamino. 

Dependiendo de cómo se llevara a cabo el proceso, se obtenían pergaminos de distintas calidades. El pergamino que gozaba de mayor prestigio era el denominado vitela (sólo apto para los más pudientes) que era un tipo especial de pergamino más blanco y fino, extraído de la piel de animales muy jóvenes, muertos al nacer e incluso no natos (ya se sabe; la calidad se paga cara) 

Con el establecimiento del cristianismo como religión oficial con Constantino (con la Iglesia hemos topado) el códice llegó a ser la norma para cualquier tipo de literatura.
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En los colegios occidentales siempre nos han enseñado que el triunfo del códice de pergamino sobre el rollo de papiro, supuso la salvación de la cultura antigua para la posteridad, al ser el pergamino mucho más duradero que el papiro (y, desde luego, más perdurable que los escritos que los católicos "tuvieron a bien" censurar con sus célebres palimsestos -códices sobrescritos-) 

Fue en los monasterios coptos, en los siglos III y IV d.C., donde el arte del libro tal y como hoy lo conocemos inició verdaderamente su andadura. 
Los monjes eran muy escrupulosos a la hora de supervisar la creación de sus elitistas códices. La tinta, por ejemplo, era fabricada por los mismos copistas, utilizando para mezclar oro, plata o glándulas de moluscos para obtener la tinta púrpura. Para escribir utilizaban el cálamo de caña que ya usaban los egipcios, pero acabó siendo sustituido por plumas de ave (pelícano, cisne, urogallo, oca, pato…etc.) Aunque no servía cualquier pluma de estos pájaros; se seleccionaban entre las cinco primeras plumas remeras y siempre del ala izquierda. Al fin y al cabo; ¿desde cuándo se han necesitado dos alas para volar?... 
Al encuadernar se tenía en cuenta que no hubiese mucha diferencia de coloración entre las superficies, ya que resultaban distintas las dos caras de la piel, la del pelo y la de la carne, y, por ello, nunca se colocaban enfrentadas.
www.aquiseencuaderna.com/pdf/c


Bárbaras ligaduras de nervio de buey atravesaban en sentido perpendicular el dorso de los pliegos fijando el cosido de las hojas de Vitela.





Como todos sabemos, el pergamino sería sustituido posteriormente por el papel, que ya era conocido por los chinos desde la antigüedad, cuyo papel contenía un elemento de origen vegetal extraído a partir de una monocotiledónea: morus papyrifera sativa (como son más serenos prefieren matar vegetales) Los árabes aprendieron de ellos esta práctica al conquistar el Turkestán, introduciendo después su fabricación en la península; quedando la primera fábrica de papel establecida en Játiva (siglo XVIII)

De España se extendió al resto de Europa.

En la actualidad, ya estamos comenzando a abandonar este barco de papel mata-bosques gracias a las “altruistas” políticas sostenibles que están tan en boga en nuestra industria.
Concretamente, el mercado del libro va sumergiéndose, sigilosa pero vorazmente, en la tercera era de dicho soporte cultural (esta vez mucho más “civilizada”); el libro electrónico: esa amalgama de materiales tan “biodegradables” y de “no oficiales” radiaciones cancerígenas varias.

¿De verdad es tan difícil crear un soporte de texto inofensivo?

…Ya lo dijo el poeta: “mi pluma, mi arma”.


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por: Dani-Él.

Fuentes consultadas:


ANEXO: BIBLIOPEGIA ANTROPODÉRMICA
(GESTANDO LIBROS)
No puedo evitar incluir un tipo de praxis editorial de carácter especial por su oscurantismo y fiereza: los LIBROS DE PIEL HUMANA.

Y es que, efectivamente, nuestra especie ha alcanzado cotas aún más altas de "animalismo" que las ya descritas para confeccionar libros. Aquí os brindo un extracto de dos artículos que encontré un Domingo de resaca, tras ver un reportaje sobre este tema en el programa de "Fríker" Jiménez:

Pese a lo repugnante que nos puede parecer en nuestros días, la bibliopegia antropodérmica  o encuadernación de libros con piel humana, fue algo de lo más habitual desde el siglo XVII hasta hace relativamente poco. Cientos de estos libros se encuentran repartidos en bibliotecas, museos y colecciones privadas a lo ancho y largo de todo el mundo. Posiblemente, en la gran mayoría de ellos se desconozca esta cualidad, ya que a simple vista es imposible distinguir la piel humana a la de origen animal, y es necesaria una prueba de ADN para constatar su origen. 

Durante la revolución francesa, las pieles de los nobles guillotinados se usaban para encuadernar ejemplares de la constitución francesa o, paradójicamente, ediciones completas de Rousseau, del que los nobles se reían por sus teorías. 

A principios del siglo XIX, en el Reino Unido era costumbre habitual utilizar la piel de los delincuentes ejecutados para encuadernar libros. La mayoría de estos ejemplares se usaban para narrar en ellos las fechorías de estos mismos criminales. 

En la época Nazi, se sabe que la piel de muchos judíos acabó como tapas de libros o incluso como pantallas de lámparas.  

También existe constancia de muchos casos voluntarios, en los que el último deseo del fallecido era que se forrasen las tapas de algún libro en concreto con su piel, incluso algún escritor famoso recibió en su casa un paquete con la piel de una fan como regalo. De modo que si tenéis en vuestras casas algún ejemplar antiguo de dudosa procedencia, quien sabe… puede que sus tapas inertes tuviesen alma algún día.
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Además, muchos bibliófilos célebres se aficionaron a estas peculiares encuadernaciones:

En 1831, André Leroy, un joven romántico y apasionado, asaltó un tanatorio parisino y arrancó como pudo trozos de piel de su admirado Jacques Delille; afamado escritor de la época (autor de una celebrada traducción de las Geórgicas de Virgilio) Delille sirvió para encuadernar su propia traducción. 

Algunos no tuvieron tanta paciencia, como cierto poeta del romanticismo ruso, que perdió una pierna en un accidente de equitación y encuadernó una colección de sus mejores sonetos con la piel del miembro amputado. Cojo y enamorado, regaló el librito a su amada. No nos consta cómo acogió ella semejante presente. 

Otro curioso caso es el de aquella viuda vienesa –uno la imagina joven y apetitosa– que mandó forrar las cartas de amor de su primer marido con la piel del difunto. El segundo, sabiendo que la buena salud es un estado transitorio que no augura nada bueno, no quedaría muy tranquilo al recibir el volumen. 

Tenemos también al decadente Doctor Cornil, que mandaba encuadernar libros de una manera realmente refinada. Un buen día encargó forrar un ejemplar de Los tres mosqueteros con una porción de piel femenina tatuada (dos dragones enzarzados en singular combate) Otro tatuaje, un corazón atravesado por una flecha, le sirvió como portada de Bubu de Montparnasse. Un colega suyo consiguió que forraran en 1891 la Danza de la muerte de Holbein con la piel de una mujer a la que no pudo poseer en vida. Aquí, el supremo "sibaritismo" consistía en usar pelo humano en vez de hilo de seda para coser sendos cuadernillos.
 

Por supuesto, los libros en piel humana también han excitado el deseo de algunos exquisitos pornógrafos; año 1890: los hermanos Goncourt cuentan en sus diarios que algunos internos del Hospital de Clamart (París) fueron despedidos por contrabandear con la piel de lo pechos de las mujeres allí fallecidas con Isidore Liseux (editor de libros eróticos de Fabourg, Saint-Germain)  
Además Liseux juraba haber visto un ejemplar del Justine y Juliette de Sade confeccionado de esa forma. 
Incluso, rumor de rumores, hay quien habla de un fabuloso volumen, el tratado De Serto Virginum, encuadernado de la manera "más apropiada".
Y, por si fuera poco, existe un ejemplar de Elogio de los senos de las mujeres, de Mercier de Compiégne, donde, tanto en la cubierta como en la contra-cubierta, se pueden observar -y palpar- las protuberancias de los pezones (lamentablemente, Águila Coja se ha visto incapaz de conseguir una imagen gratuita de semejante volumen)

Uno de los ejemplares de este calibre más modernos que se conservan es también uno de los más bellos en su ominoso estilo. Me refiero a una colección de panfletos del cirujano holandés Bernhard Siegfried Albinus (imagen superior). En sus páginas, el autor se interroga sobre la causa del color de la piel de los etíopes. Esta disertación sirvió de inspiración para el antropólogo Hans Friedenthal, que mandó encuadernar lujosamente dicha obra con la piel de un hombre negro y decorarla con una plaquita de plata incrustada en la portada con la efigie del hombre y su cráneo. El libro es único en muchos otros aspectos. Contiene seis de las primeras mezzotintas en color que se hicieron, obra de dibujante Jan Ladmiral. La piel de su legítimo propietario fue lo suficientemente extensa como para forrar otros dos libros más.
El ejemplar se guarda en un saco negro, con un corazón y unos pulmones bordados en tela amarilla. Un estuche protege todo el conjunto con la admonitoria frase “Piensa cuando estés aterrorizado por otros hombres… en tu propia piel”. Tanto despliegue de medios hizo salivar de deseo a cierto bibliófilo de principios del siglo pasado hasta hacerle fantasear con la posibilidad de poseer una magna obra de cinco tomos, cada uno forrado con la piel de un hombre de distinta raza.

Parece que la encuadernación antropodérmica desapareció de la faz de la Tierra tras la Segunda Guerra Mundial. No hay constancia de ejemplares posteriores en el tiempo, aunque el deseo de los sibaritas nunca será satisfecho, y muchos anhelen secretamente acariciar con las yemas de sus dedos uno de estos libros, olerlos con los ojos cerrados, saber a qué saben... ¿Y si se siguen encuadernado en secreto sin que lleguen a nuestros oídos, señores lectores?


Por último, os dejo una pequeña muestra de algunos otros ejemplos conocidos:

1827, William Corden mató a su amante, María Martín, y seis años más tarde se publicó con su piel un libro con la historia de este famoso crimen (Moyse´s Hall Museum)
1818 y 1821, dos casos similares al anterior, la piel de James Johnson se usó para encuadernar un ejemplar de Samuel Johnson´s Dictionary. John Horwood, tras asesinar a Eliza Balsum, también corrió la misma suerte, en este caso, en el lomo del libro se puede leer “Cutis vera Johannis Horwood” (Bristol Record Office)
1833, la piel del famoso bandolero James Allen, sirvió para encuadernar un magnífico recopilatorio de todas sus fechorías.
1858, el encuadernador Dard Hunter, contó que una viuda le mandó la piel de su difunto esposo para encuadernar todas sus cartas de amor.


1882, el insigne astrónomo y escritor Camille Flammarion, felicitó a una Condesa en una recepción por la suavidad de su piel. Al morir la Condesa de tuberculosis años después, ella misma dictó en su lecho de muerte que enviaran al astrónomo esa piel que él había elogiado para encuadernar uno de sus libros. Flammarion encuadernó su publicación "Tierras del Cielo" (imagen izquierda) con una inscripción en la portada que rezaba: "En piadoso cumplimiento de un deseo anónimo. Encuadernado en piel de mujer. París, 1882."
...Macabra historia, pero no exenta de romanticismo, ¿no os parece?



...Y ya termino por hoy, aunque la lista es interminable, porque, como habéis podido comprobar; somos unos auténticos cerdos: menos las uñas, se nos puede aprovechar todo.





Fuentes:

http://tejiendoelmundo.wordpress.com/2009/01/05/libros-encuadernados-con-piel-humana/

http://www.librosmalditos.com/files/libros_piel_humana.php



3 comentarios:

  1. Toma ya!! Me ha encantado (dentro de lo posible xD) tu entrada, la verdad es que somos salvajes para todo... ah no, para todo no, al menos tenemos el detalle de esperar a que un tío la palme para utilizar su piel, no somos tan ansiosos como con los animales...

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  2. Daniel me parece muy interesante y curioso siempre a tu estilo y las fotos me gustan un montón aunque me has robado una jaja. Por lo que he leído me ha gustado mucho la historia del astrónomo y estoy contigo en el romanticismo de las historias de amor macabras.

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  3. Muy buena esta entrada, la verdad que desconocía por completo este tema y bueno... sigo pensando lo mismo que al principio...somos peores que los animales.

    No logro entender como puede alguien llegar a desear tener un libro forrado con la piel de una amante o de un artista admirado, se tiene que estar muy pero que muy loco para llegar a tener un objeto así... en fin, esta noche revisaré esos libros que tengo que me han dejado prestados o que compré en el mercadillo...nunca se sabe ;) jajajajaja

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